Biografía

Maestro y dramaturgo, Rafael Balsera del Pino (Córdoba, 1923 – 2008) formó parte del heterogéneo y plural grupo de intelectuales que durante la dictadura representó en Córdoba la oposición al franquismo.

Presente por vocación en todos los foros culturales y artísticos de la ciudad, fue miembro activo del Círculo de Estudios Juan XXIII, colaborador del Seminario de Sociología e Higiene Social dirigido por Carlos Castilla del Pino y miembro fundador de la Sociedad de Conciertos y del TEU, donde montó y codirigió obras de Graham Green, Albert Camus o Alfonso Sastre entre otros.

Tras realizar el Bachillerato Universitario, que revalidó en la Universidad de Sevilla, cursa la carrera de Magisterio en Córdoba e inicia los estudios de Filosofía y Letras en Sevilla. En 1945 es nombrado profesor ayudante, primero, y adjunto después en la Escuela Normal de Córdoba, donde imparte las asignaturas de Pedagogía e Historia de la Pedagogía.

En septiembre de 1950 comienza su trayectoria como maestro. Su primer destino es Montemayor (Córdoba), al que seguirán otros, la mayoría escuelas unitarias en Córdoba capital, como la de calle Montero o la de la barriada del Zumbacón. Las condiciones de necesidad, de pobreza y aun de marginación en las que vivían no pocos de sus alumnos influirán decisivamente en su vocación de maestro y marcarán de forma indeleble su conciencia y el compromiso social durante su trayectoria profesional.

En aquellos años realiza tres oposiciones dentro de la carrera del Magisterio: ingreso, diezmilista y a dirección de Graduadas y Grupos Escolares. En 1962 se traslada a Montilla, donde dirige la Campaña de Alfabetización de Adultos hasta 1965, año en el que regresa a Córdoba como director del Grupo Escolar Nuestra Señora de Linares, su último destino hasta su jubilación.

A lo largo de más de cuarenta años de dedicación a la enseñanza, Rafael Balsera del Pino dejó una huella imborrable en sus alumnos y en las sucesivas generaciones de maestros y maestras que tuvieron la fortuna de trabajar y formarse bajo su dirección, huella que se extenderá a numerosos intelectuales y escritores cordobeses durante toda su vida.

En 1980 le fue concedida la Cruz de Alfonso X el Sabio por sus méritos en la enseñanza.

Su trayectoria como dramaturgo quedó truncada en 1959 cuando la censura prohibió la publicación de la que será su obra más emblemática: Ágora silenciosa. A partir de entonces, Rafael Balsera siguió escribiendo obras de teatro destinadas a círculos privados, a la lectura entre amigos, hasta que en 1986 se publica bajo el sello Cuadernos de Albenda la primera edición de Ágora silenciosa, cuyo estreno se produce casi diez años después, en 1995, en el Gran Teatro de Córdoba.

Cuatro años más tarde se publica Tiempo de desaliento (Huerga y Fierro, 1999), que reúne la edición definitiva de Ágora silenciosa junto con las de Fondos de la ironía y Madrugadas de las dos orillas, tres títulos que muestran con nítida coherencia el carácter y sentido de su producción dramática. Esta trilogía recoge su experiencia de la Guerra Civil y de aquel «período interminable de rostro desdibujado y letal que fue la paz del vencedor».

En 2009, coincidiendo con el primer aniversario de su fallecimiento, la Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía publica La misa de Andrés Bruma, cuyo argumento se inscribe en el mismo ciclo que la mencionada trilogía.

Para conmemorar el centenario del nacimiento de su autor, Utopía Libros publica en 2023, bajo el título Tres dramas, una pieza breve y un relato y con prólogo de Juan Carlos Villanueva las obras El indigno y los otros, La máscara bajo la piel y La llamada del hombre, junto al cuento La covachuela de las perlas y una tragicomedia menor de situación no titulada.

Finalmente, en 2025 el sello editorial Hipocampo se encarga de editar el drama Quién de los dos, completando de ese modo la divulgación de toda la obra de Balsera del Pino en justo reconocimiento a una de las voces más lúcidas de teatro español contemporáneo.

Rafael Balsera –escribió Castilla del Pino con motivo de su muerte- era una persona de una delicadeza inusual. A veces podía parecer que se quedaba corto, pero quienes le conocíamos sabíamos que su discreción expresaba el respeto al otro, al espacio privado del otro. Por eso observaba, miraba, pero callaba, a la espera de que se le dijera algo; y si no se le decía, se mantenía en su sitio y guardaba silencio. Le era imposible, en cualquier caso, recurrir a la rudeza. Su bondad emanaba naturalmente, no como virtud sino como manera de ser, y esa debió de ser, sin duda, una de las razones por las que fue querido más de lo que quizá pudo imaginar.