semblanza de Juan Miguel Moreno Calderón*

Encuentros en el conservatorio

Escribo estas líneas el día en que se cumple un año de la muerte de Rafael Balsera. He de confesar, de entrada, cuán emocionante me resulta comprobar la frescura del recuerdo que conservo de él. No me extraña pues que sus amigos más cercanos perseveren en la idea de vivificar su memoria con diversas iniciativas, ciertamente encomiables y llenas de afecto y admiración.

La figura de Rafael me fue familiar durante años por dos razones. La primera, porque era amigo de mi padre. Se conocían desde su época de estudiantes, y aunque mantuvieron siempre el tono de su amistad, fue a raíz de que enviudara mi padre cuando el encuentro de ambos se tornó más habitual y estrecho. Aun separándole muchas cosas, en el plano de las ideas y en los ámbitos sociales en que cada uno se desenvolvió, existía un recíproco sentimiento de afecto y respeto. E incluso una complicidad que fue creciente en los últimos años. Gracias a ello, tuve la suerte de conocer a Rafael y de compartir con él momentos que guardo con particular emoción: conversaciones en el Círculo de la Amistad, en el Conservatorio o incluso en la calle. Para mí, era un placer verle, y más si ambos disponíamos de tiempo para charlar un rato de música, de política, de Córdoba o, simplemente, acerca de cualquier cosa que estuviera de actualidad. Su conversación era invariablemente amena, inteligente y con deliciosos rasgos de humor. En realidad, la que podía esperarse de un hombre de vasta cultura y fina inteligencia.

Pero además de esta relación con él, surgida al calor de su amistad con mi padre, el recuerdo de Rafael me conduce necesariamente a la que fue una de sus grandes pasiones: la música. Gracias a su constante melomanía, nos veíamos a menudo. Sobre todo, en el Conservatorio, adonde acudía con asiduidad a los conciertos allí celebrados. En muchas ocasiones, gustaba de comentar conmigo sus impresiones acerca de las interpretaciones escuchadas, los compositores del programa… Me encantaba constatar una y otra vez la autenticidad de su afición musical, en la cual cabían las nociones del gusto y la estética, así como el resultado de un criterio propio consolidado con el pasar de los años. Sólo así se entiende que, aun estando muy enfermo y con notables limitaciones de movilidad, continuara hasta el final asistiendo a cuantos conciertos podía. En verdad, era enternecedor y edificante verle allí, casi sin fuerzas pero dispuesto a disfrutar de algo que amaba desde siempre.

Con todo, más allá de esto, en mi personal recuerdo queda principalmente la imagen de un hombre bueno, de mirada limpia y aguda inteligencia, que sabía rodear de afecto y ternura a cuantos le rodeaban. Sin duda, un ser humano peculiar, de marcada personalidad y singular carisma, a quien seguiremos echando de menos.

 

*Director del Conservatorio Superior de Música Rafael Orozco