semblanza de Félix Cañal

En el año 1994, dentro de unas sesiones teatrales organizadas conjuntamente por la Escuela Superior de Arte Dramático y el Gran Teatro, presenté en su sala de usos múltiples, con alumnos de la Escuela, unas escenas de Ágora silenciosa de Rafael Balsera del Pino. Fue entonces cuando conocí personalmente a su autor, y confieso que quedé fascinado por él y por su obra.

En marzo del año siguiente tuve la gran suerte de dirigir la obra en el Gran Teatro de Córdoba. Hice entonces una laboriosa adaptación del texto y compuse también la música. Eludo ahora hacer comentarios respecto a las particularidades de la obra, la puesta en escena y su preparación, pues ya lo hice en el programa de mano de su estreno.

Fue realmente entonces cuando Rafael y yo entablamos una relación más estrecha. Me parecía una persona excepcional, y él, a su vez, creo que sentía por mí un especial agradecimiento por haber dedicado mi tiempo a estudiar y escenificar su teatro. De personalidad irresistible, daba gusto estar y conversar con él, pues generaba simpatía y atracción.

Con frecuencia nos reuníamos para revisar el texto, comentar las adaptaciones que yo consideraba más oportunas para la puesta en escena, las páginas que, con gran dolor, había que eliminar, dada sus extensión, etc. Él casi siempre estaba de acuerdo con todo, aceptaba de buena gana los arreglos, los ajustes... Es verdad que a veces me corregía, me sugería alguna propuesta, me aconsejaba, pero, al final, quedó plenamente satisfecho con el resultado. Recuerdo sus constantes muestras de gratitud. Y era cierto porque pude verlo en el brillo que desprendía su mirada cuando me hablaba.

Más adelante, durante mis distanciadas reuniones con él, casi siempre a la salida del Teatro, de la Filmoteca u otros eventos culturales a los que solía asistir, me comentaba sus impresiones, me hablaba de sus proyectos, de historias vividas, de batallas dialécticas, testigo de la división de una España en dos bandos, gustando el agrio sabor de la esperanza en la libertad que tardó años en disfrutar, de su lucha constante por un mundo mejor y más justo, por paliar la ignorancia, el conformismo, el miedo de sus semejantes. Llevaba enquistado en el alma un mundo nutrido de imágenes, recuerdos, ideales y deseos que, en un tiempo pasado, otros se encargaron de silenciar, mutilar y ocultar, una riqueza que podría haber saciado la sed de muchas personas que entonces vivían en una situación angustiosa, desesperada.

Pudo haber elegido un camino más fácil, ver pasar de largo los acontecimientos sin implicarse, o peor aún, subyugándose, pero optó sin duda por ser él mismo, impulsado por una irresistible fuerza interior.

No se ancló en la desidia, en la pasividad. Tuvo claro su objetivo en la vida. Se creyó en la necesidad de aportar sus conocimientos para cambiar el panorama del mundo que veía, el mundo de la falta de libertad y de la injusticia, pues sólo así se realizaría como persona. Fue consecuente con su filosofía, con sus ideas, luchó por ellas y no claudicó ante la adversidad, a pesar de que todo ello le acarreó con frecuencia sinsabores, incomprensión, censuras…

El equilibrio, la moderación, la prudencia que siempre advertí en él creo que era fruto de la coherencia de su trayectoria, de ser fiel a ella a pesar de todo, de la honestidad para consigo mismo y para con los demás.

Rafael, con su viva presencia, abrió un capítulo trascendental tan repleto de serenidad y paz, de educación y elegancia en las formas, de benevolencia y cordialidad, de energía y convicción, que ha dejado una marcada huella en sus seguidores. Creo que ha sido una persona clave en muchos de sus discípulos y amigos; después de años a su lado han conseguido entender y ver la vida desde una perspectiva diferente.

Por mi parte, siento un profundo agradecimiento hacia él a la vez que dolor por su pérdida. Me hubiera gustado haberlo conocido mucho antes, aunque reconozco que ha sido en circunstancias favorables y gratificantes para mí. También experimento un cierto remordimiento por no haber sabido aprovecharme más, en este tiempo, de su experiencia, su riqueza, su magisterio, puede que por retraimiento, por las muchas ocupaciones o por las prisas en que nos sumergimos cada día, quién sabe. Lo cierto es que la vida nos enseña que, desgraciadamente, sólo valoramos lo que tenemos cuando lo perdemos o se nos va. Ahora, sólo nos queda sumergirnos en su obra, en sus escritos y disfrutar de la riqueza, de la vida interior tan profunda que encierran.

La grandeza de algunos seres humanos, entre los que se encuentra Rafael, radica en que su personalidad es tan fuerte y genuina que al descubrirse ante nosotros nos inducen a despojarnos de muchos prejuicios que nos han vendado los ojos, y nos han mantenido inmersos en una vida tal vez vacía de contenido y de sentido. Gracias a ellos podemos reaccionar a tiempo e impedir que la herida llegue a ser profunda. De no ser así, no haremos más que lamentarnos por nuestra inconsciencia.

Al finalizar estas líneas me vienen a la memoria unos versos de otro gran poeta, Bertolt Brecht, pues me da la impresión de que han sido escritos expresamente para nuestro querido e inolvidable amigo y maestro Rafael Balsera.

 

Canción de la buena gente

A la buena gente se la conoce en que resulta mejor

cuando se la conoce. La buena gente

invita a mejorarla, porque

¿qué es lo que a uno le hace sensato? Escuchar

y que le digan algo.

Pero, al mismo tiempo,

mejoran al que los mira y a quien

miran. No sólo porque nos ayudan

a buscar comida y claridad, sino, más aún,

nos son útiles porque sabemos

que viven y transforman el mundo.